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Los supervivientes de la antigua N-323 se reinventan para salvar sus negocios

17 de diciembre de 2018 – En mayo de 2009, el entonces ministro de Fomento José Blanco cortaba la cinta del tramo Ízbor-Vélez de la A-44. Granada y la Costa estaban por fin más cerca. Veinte años llevaban esperando los granadinos ver esta autovía terminada. Para la mayoría supuso una alegría, pero en la N-323, carretera que hasta entonces se había utilizado para llegar hasta Motril, los propietarios de los negocios se echaban a temblar. En aquella primavera de hace ya casi una década los más agoreros preveían pérdidas de hasta el 80%. Ahora, hay muchos que han cerrado sus puertas, pero otros tantos han resistido, se han adaptado a la nueva situación y continúan siendo lugar de parada para los nostálgicos de aquel viaje infinito a la playa y para otros tantos a los que no les importa desviarse un poco de su camino.

«Los primeros años se notó, pero con el tiempo todo se ha ido reestructurando». Así lo afirma Carolina Esteban, que trabaja en el Museo del Aceite de Vélez. La joven está esperando a un grupo de visitantes que quieren conocer este centro. Ahora hay más viajes organizados, muchos de escolares. «Nosotros seguimos aquí, es cuestión de adaptarse», asegura. A pesar de que llueve, un grupo de una treintena de personas llega al museo antes de que continuemos el camino por esta Nacional.

Al lado está el restaurante El Río, que no ha tenido la misma suerte. Persianas bajadas y cancelas cerradas desde hace algún tiempo. El negocio cambió de manos después de que la autovía ya estuviera funcionando y no remontó.

No es el único que ha echado el candado para siempre. El viajero que opta por la N-323 en dirección Motril ya no puede parar a desayunar en el ‘Azud de Vélez’, uno de los primeros negocios en abrir en esa ruta en 1977. El letrero aún está colocado, pero hace más de seis años que no se sirven cafés ni pestiños en esa barra.

El gerente de La Brasa explica, además, que ha sido necesaria una reconversión. «Hemos tenido que evolucionar. Transformarnos y adaptarnos a las nuevas necesidades», señala. Ampliaron sus salones y enfocaron, parte del negocio, a las celebraciones. Además, apunta que también hay mucho cliente de fin de semana. El perfil de las personas que paran en el restaurante ha cambiado, pero sigue funcionando.

Eso sí, Jorge Ruiz advierte de que al caer la noche la imagen en esta zona es casi desoladora. «Por la noche esto está muerto, hay algunos que a las ocho de la tarde cierran porque no interesa seguir abierto», indica. En su caso, al tener hotel, sí que se mantienen funcionando cuando cae el sol.

Y entre este ir y venir de negocios, hay hasta quien decide apostar por la N-323 justo ahora, cuando el flujo de coches es mucho menor. Es el caso de Francisco Gutiérrez, gerente de una de las gasolineras que hay en la carretera. La estación de servicio cerró hace años, con su anterior propietario. Hace un año y medio Gutiérrez decidió ponerse al frente de la gerencia. Aún está en proceso de captación de clientes, afirma, pero considera que es una vía que «sigue estando viva». Es, además del gerente de este negocio, el alcalde de Vélez de Benaudalla, y tiene en la mente muchas ideas para revitalizar este camino más largo pero también más bello.

Precisamente esa belleza imponente que se revive al pasar por esa carretera, igual que se reviven los recuerdos de tantos viajes en el asiento de atrás de un coche aún sin aire acondicionado, la aprovechan ahora los deportistas. Para los ciclistas, por ejemplo, se ha convertido en una vía ideal y es raro no cruzarse con unos cuantos, sobre todo cuando el tiempo acompaña, que por aquí es la mayor parte del año.

En esa vieja carretera llegó a construirse incluso un mirador para los quisieran hacer una parada a contemplar el Guadalfeo, las montañas o el viaducto de la A-44. Aquella gran explanada acondicionada con barandillas y bancos a la altura de Ízbor desapareció engullida por la tierra y la maleza. Y lo que queda sólo es un recuerdo de lo que pudo ser. Pero en esa misma N-323 todavía hay unos cuantos que siguen luchando cada día para mantener con vida sus negocios y la ruta. Una década después, los supervivientes pueden mirar de frente a una autovía que no ha conseguido hacerles sombra.